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Liderazgo y Responsabilidad

El éxito del proyecto de un país, en la medida adecuada a sus recursos, depende del liderazgo. No depende del entorno ni de la coyuntura económica, ni de otras cosas que son igual para todos. El petróleo sube o baja para todos, la inflación-deflación global afecta a todos, las materias primas escasean para todos, los cambios tecnológicos también y el coronavirus ha sido nefasto para toda la humanidad.
Un líder se distingue por marcar objetivos y tener la habilidad de influir en los demás para que le sigan. Son varias las características del liderazgo, pero hay algunas fundamentales: la humildad, la honestidad (que incluye la transparencia), saber actuar en momentos difíciles (en tiempos de bonanza hasta los más inútiles prevalecen), tener credibilidad, transmitir confianza (vital para que le sigan) y poseer firmeza cuando se requiera.
Como sociedad, elegimos a los teóricos líderes para que nos guíen y gestionen nuestros recursos de la manera más justa posible. Tras la elección, sería lógico seguirles, pero a la vez, debería ser mucho más fácil sustituirlos si las cosas no van bien y sin esperar demasiado. Deberían bastar pocos indicadores clave, con malos resultados, para que existiera una renuncia automática sin excusas. Esto sería lo honesto y no “estoy aquí hasta dentro de cuatro años a base de pactar con quien sea si hace falta”.
Si aplicamos estos conceptos de liderazgo a la situación que estamos viviendo con el Covid-19, llama la atención que una parte de esta sociedad no haya aceptado cumplir unas normas básicas con las que hoy no tendríamos la magnitud alarmante de contagios: llevar mascarilla siempre que se sale de casa y mantener la distancia métrica establecida en todo momento (aun cuando se lleve mascarilla), dentro de grupos acotados. Podríamos decir que es un fracaso absoluto de todos nuestros líderes no conseguir convencer de esto a la población. No es fácil que una sociedad con niveles intelectuales diferentes, con valores diferentes, con culturas diferentes, entienda a veces determinados conceptos, pero es evidente que si hubiese habido líderes con credibilidad habría habido mejores resultados. Cuando un líder tiene credibilidad y transmite confianza, posee fuerza para convencer a los demás con una buena comunicación fiable. Esto provoca que le sigan. Tampoco ha habido la firmeza que se requiere cuando existen personas, aunque no sean la mayoría, que incumplen normas, atentando contra la salud pública, siendo además delito.
En el tema de la comunicación se optó por incentivar el aplauso y las charlotadas artificiales desde los balcones en lugar de mostrar la dura realidad, tanto en la salud como en la economía. Como ha dicho recientemente el prestigioso escritor Pérez Reverte, si no enseñas la realidad, si no hay imágenes reales de las catástrofes, no hay reacción, la gente cree que el drama no va con ella. Dicen que no hay que mostrar el horror y es un tremendo error. Un sector de la sociedad se ha olvidado rápidamente de los muertos y de la labor encomiable de sanitarios y otros colectivos en el transcurso de la pandemia, que han trabajado en durísimas condiciones, pagando a veces con su muerte.
Al no existir liderazgo, en lugar de una comunicación dirigida a motivar a la población, hemos asistido a un bombardeo de normas e instrucciones, cambiantes a veces rápidamente, con contradicciones continuas y con discrepancias en las comunidades que han conducido a la confusión y a la desconfianza. Algo se ha hecho mal ¿no? Un matiz importante del liderazgo es no tratar de justificar lo que se hace mal sino reconocer los errores, aprender de los mismos y enderezar el rumbo, a veces empezando de nuevo.
A su vez, una de las dotes del liderazgo es la firmeza. No tiene nada que ver que el liderazgo aporte comunicación, trato y tranquilidad, con la firmeza con la que se tiene que actuar cuando la ocasión lo requiera. No tiene sentido la comunicación continua desde el estado o las comunidades sobre las sanciones a aplicar cuando no se cumplan las normas, a la vez que asistimos al desbarajuste jurídico de anular decretos sancionadores o imposición de normas (un caos incomprensible) y a los continuos desmanes de una parte de la población, sobre todo en la noche, de alto riesgo y coste para la sociedad, con la permisividad que se aprecia.
También es preciso entender lo que significa responsabilidad. Esta no se delega. Lo que se delega es el poder o capacidad para actuar en representación de quién delega. Se delega poder para actuar por lo que el que delega no puede hacer dejación de la responsabilidad, y más en un problema tan grave como la pandemia. En una empresa, el director general delega las compras, la fabricación, la comercialización, las finanzas y el resto de las funciones principales, pero el responsable ante el consejo de administración sigue siendo él.
Todavía se está a tiempo de crear un gabinete de expertos, ajenos a la política, para que tomen las riendas de la gestión de la pandemia, especialmente del tsunami económico que viene. Si esto no se hace, los nubarrones, que ya son negros, terminarán en tempestad.

 

Ángel Baguer Alcala
Consultor de Alta Dirección. Profesor emérito de Tecnun y escritor.

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